domingo, 23 de noviembre de 2008

Introducción

La diversidad de objetos que nuestros ojos pueden observar en el cielo nos emplaza a preguntarnos ¿qué tienen en común, entre sí? Aunque suene extraordinario, estrellas de neutrones, agujeros negros, soles, etc., con distinguibles variaciones físicas, son todos fruto de los mismos sucesos, sólo que vistos en diferentes momentos de su evolución. El cielo es como una ciudad llena de gentes de diferentes edades: unos en gestación, otros ya nacidos, unos grandes, otros pequeños, unos viejos, otros jóvenes y hasta muertos se pueden hallar. Todo ese conjunto de astros, constituyen las extraordinarias dimensiones del espacio cósmico.

Cuando levantamos nuestras miradas hacia el cielo en esas noches que llamamos estrelladas, parece que estuviéramos observando una cantidad enorme de estrellas con nuestros ojos al desnudo pero de hecho, éstos únicamente tienen capacidad para ver, al mismo tiempo, unas dos mil estrellas. No obstante, podemos ver millares y millares de estrellas cuando volvemos nuestra vista hacia la Vía Láctea.

Para nosotros, el Sol es nuestra estrella especial, casi única, pero no es más que una estrella común dentro del promedio de todas las que hemos sido capaces de distinguir en el universo. Hay estrellas lejanas más nítidas, más tímidas, más calientes y más frías que el Sol, pero todas las estrellas que hemos podido ver y vemos, son objetos semejantes a éste.

La mayoría de las estrellas se encuentran alojadas en el cosmos en agrupaciones que hemos llamado cúmulos. Estos cúmulos se dividen en abiertos y globulares. Los cúmulos abiertos contienen un número pequeño de estrellas jóvenes; los cúmulos globulares son de constitución mucho más vieja y contienen un mayor número de estrellas.

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